La Noria

Nunca me han gustado los grandes aparatos de feria, pues no he confiado mucho en los rápidos montajes, casi siempre nocturnos, de estos gigantes móviles llenos de luces, excepto si tienen un sitio fijo, en lo que ahora son los parques temáticos, donde el personal suele estar en su sitio y los mantenimientos se llevan a cabo minuciosamente.

Dos de estos aparatos me horrorizan especialmente: las sillas voladoras y las norias. El primero de ellos desde que, siendo chico, fui testigo en la Glorieta del Dr. Zubía de Logroño de una de esas gamberradas aéreas perpetradas por unos soldados que se dedicaban a asustar a las chicas en las alturas, sujetando sus sillas y haciéndolas girar sobre sí mismas lo que, sumado al movimiento giratorio del carrusel, propició varios mareos y posteriores vómitos que pringaron materialmente un área de unos trescientos metros cuadrados de la zona ferial, manchando a unos de restos de chocolate con churros, a los otros de detritos de vino de cariñena y jugos gástricos y a los más de calamares fritos, champiñones con gamba y hasta embuchados remojados con vinos chapuceros convertidos en vinagre.

Lo de las norias fue mucho más tarde. Siendo mis hijas pequeñas me pidieron que las llevara a las ferias para montarse en la noria, que era uno de los aparatos más llamativos, con una altura considerable. Yo me defendí explicándoles las razones por las que no deberíamos montarnos allí, ofreciéndoles otras atracciones como los coches que chocan, los caballitos, etc. Mi mujer se alió con ellas para que cediera por una vez y les diera gusto. Indiqué que el tiempo no era propicio pues estaba nublado y podría llover, pero no pude convencerlas.

Nada más empezar nos subieron a lo más alto para ir llenando de gente las barquillas de nuestros antípodas. Mientras, empezó a llover y por tratarse de una atracción eléctrica decidieron desconectar la fuerza por seguridad. La barquilla tenía un toldillo sin duda muy útil para cuando la lluvia cae verticalmente pero totalmente inútil para una lluvia de costado, casi horizontal. Había ciudadanos que proferían gritos amenazantes y la mayoría se acordaba de su madre, de la del dueño del carrusel. Cuando cesó la lluvia nos fueron bajando, entre estornudos y juramentos, chorreando, y nos fuimos yendo a casa para secarnos y no volver a montar jamás en el odioso tiovivo.

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