Mi Amigo Luis

Guereñu ( Álava )

Le conocí en la infancia pues éramos vecinos de la misma casa y seguimos siendo amigos durante el bachillerato, aunque era tres años mayor que yo. Cuando terminé la enseñanza media él ya era Maestro y estaba haciendo la milicia. Muy joven aún se fue a la Argentina, donde ya residía su hermano Emilio y vivían unos tíos. Era la época en la que sin duda encontraría allí trabajo, seguridad y esperanza. Se casó por poderes con una riojana, Carmen, y yo saqué unas oposiciones y me destinaron lejos de mi familia.

Al faltar sus padres y su hermano mayor, Carmelo, Maestro también como ellos, y con el que me unía una gran amistad, perdimos todo contacto. Recorrí diversos destinos a lo largo de mi vida y residiendo en Santander, ya jubilado, asistía diariamente a una piscina con mi mujer para tratar de mantenernos en forma.

Entre las personas que acudían a la misma, a una hora temprana, solíamos charlar con una señora que trabajaba en el hospital Valdecilla. Ya la conocíamos desde hacía varios meses cuando una mañana nos comentó que estaba muy nerviosa porque después de muchos años vendrían su hermana y su cuñado de la Argentina. Estábamos de pie dentro del agua y nos dijo que su cuñado, que también había vivido en Logroño, se llamaba Luis y rápidamente le contesté: “¿Sáinz Beltrán de Heredia?”. Ella se quedó pasmada cuando le dije cómo conocía a toda su familia y la amistad que nos unió años atrás. Y nos despedimos emocionados.

Al día siguiente nos comentó que había telefoneado a sus hermanos y que habían recibido la noticia con un gran alborozo y esperaban ansiosos que pudiéramos darnos un abrazo.

El reencuentro fue muy emocionante y charlamos durante largo tiempo de nuestros padres y hermanos y luego de nuestros hijos y nietos. Él tenía setenta años y yo sesenta y siete. Y como ellos tenían muchos compromisos familiares y viajes por hacer, nos despedimos intercambiando nuestras direcciones.

Al año siguiente, por Navidad, les escribí una carta afectuosa con la intención de mantener una relación epistolar, pero a casi nadie le gusta ya escribir cartas ni adquirir nuevos compromisos y otra vez nos distanciamos. Ya no íbamos a la piscina así que tampoco nos veíamos con su cuñada. Y me queda una nostalgia y un sabor amargo cuando siento la triste situación por la que atraviesa aquel país hermano y veo un mapa y me detengo en la República Argentina, en una población con un nombre entrañable: Carcarañá.

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