Miopía

 

El padre de mi joven compañera Mary Carmen, riojana como yo, era un viejecito afectuoso y risueño, de baja estatura y bastante miope, que se paró a saludarnos en una calle de San Sebastián. Yo iba con mi hijo que tendría entonces diez o doce años. Cambiamos unas palabras y le confirmamos que por la tarde nos iríamos a Logroño en coche toda la familia para pasar unos días. Ellos también, Mary Carmen con su hijo y sus padres, irían en La Estellesa a mediodía, por lo que nos deseamos mutuamente un buen viaje y él le dio un cachete cariñoso a mi hijo.

Al día siguiente, ya en Logroño, paseaba junto a la casa de mis padres por la Avenida de Gonzalo de Berceo, acompañado de mi hermano Carlos. Íbamos charlando animadamente cuando nos tropezamos con el padre de mi joven compañera, pues vivían por la zona. A la sorpresa por habernos visto precisamente la víspera siguió el saludo efusivo y, al separarnos, y asegurarme de que parecía que mi hijo había crecido, el seráfico señor le dio a mi hermano un par de cordiales cachetitos en la mejilla que le llenaron de estupor y desconcierto.

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