Parásitos

Acompañaba a mi mujer a la peluquería a la que acudía hacía más de veinte años y Rosa, la peluquera, me indicaba lo que tardaría más o menos para volver a recogerla.

No soy un marido demasiado protector sino preocupado por un incipiente deterioro cognitivo que comenzaba a manifestarse. Aunque Rosa solía invitarme a que me quedara, especialmente si el tiempo era lluvioso o inclemente, yo prefería dar un paseo o cobijarme en algún bar para pasar el tiempo.

A mi regreso estaba terminando de peinarla y opté por sentarme. Había otras dos clientas esperando su turno en animada conversación. Hablaban de los parásitos y creían que antes no se oían tanto o tal vez ahora se mostraba más claramente en las farmacias o es que hasta los profesores advertían a las familias para que extremasen las medidas y se evitase la extensión del problema.

Hacíamos memoria sobre si nosotros o nuestros hijos habíamos pasado por ese trance y todos recordábamos momentos muy desagradables. Las señoras referían situaciones enojosas  y Rosa decía que todos los años promocionaban nuevos champús que se vendían como rosquillas, cuando lo mejor seguía siendo el clásico ZZ y la posterior fricción con vinagre caliente que, además, dejaba el pelo precioso.

Nos despedimos riéndonos de la conversación tan repugnante mantenida y salimos a la calle con ascos y picores por todo el cuerpo.

Arriba