Un cuento para el abuelo

            La primavera aquel año parecía haberse olvidado de Santander…
           
            Saco mi tazón de café del microondas justo cuando el pan salta de la tostadora. Esta mañana vais a venir a verme; ya que es mi cumpleaños, y decido repentinamente que hoy es un buen día para contaros un cuento; si, un cuento de esos que tanto me gusta contarles a mis nietos…
            Este cuento no va a tratar de fútbol, de soldados ni princesas. Os voy a contar algo que sucedió de verdad. – Javier, por favor, no te rías que me distraes y se me va el hilo. Seguro que os acordaréis de lo que solíamos hacer al llegar la primavera. Todos los años se dejaba caer por Santander un chamarilero, una de esas personas que viajan con un carromato del que tira un burro y venden cosas muy viejas. Le acompañaba una niña de la edad de Elisa, quien mientras su abuelo regateaba con los clientes jugaba con una muñeca sin pelo. Yo solía comprar una baratija, y le daba unos caramelos a la niña, que me daba las gracias muy educada.
            Pero aquel año cuando al fin llegó la primavera y con ella el chamarilero, la niña ya no estaba con él.
            – Enrique, por favor, no me preguntes ahora el por qué de este cambio. Tener un nieto que hace tantas preguntas muchas veces resulta embarazoso.
            – Si no os importa dejo aquí el cuento para otro momento, pues se me acumulan muchos trabajos pendientes, ir a comprar nuevas pinturas al óleo, recoger las tarjetas del autobús para mis nietos, ir a ver la última actuación de kárate de Fernando, hacer los deberes de inglés con Javier, descargar los últimos resultados de la última regata de Irene..
            ¡Si es que eso de ser abuelo no está pagado!
            – Abuelo, ¿qué le pasó a la niña del chamarilero? ¿Por qué ya no viene con él?
            Sí, Fernando es otro de los que también me asedia con sus preguntas
            – Pues mira, vamos a hacer una cosa, como ahora mismo se encuentra vendiendo en el parque, cuando vengan tus primos Quique, Max y Nico iremos todos juntos a hacerle una visita y podréis preguntarle así por ella.
            Así fue como nos dirigimos al encuentro del vendedor ambulante. Se puso muy contento al verme y yo le fui presentando a cada uno. Como os podéis suponer no tuve que exagerar nada. No soy como otros abuelos que pierden el sentido. Le dije que Irene, ahí donde la veía, era campeona de Europa de vela en Tornado, Fernando es capaz de partir cinco ladrillos, Max, Enrique y Nico sabían como cinco o seis idiomas. Carlos es el rey de las olas, Elena conoce a todo el Santander digno de ser conocido, y Laura estudia arquitectura, sí, esa carrera tan difícil y está dejando a su tío a la altura del betún. Luego está Javier, que ya juega al fútbol con las dos piernas, y Elisa, esa niña tan simpática que se parece mucho a la niña ausente.
            Aquella persona me dijo que yo le había caído muy bien. Que su nieta estaba enferma, pero esperaba que no por mucho tiempo. Había pensado dejar el negocio y me ofrecía como regalo el carromato y el burro, que ya no le iban a servir para nada. Como podéis suponer no pude negarme. Yo pensaba en Mela, en lo que iba a decir, y en el presidente de la comunidad que tendría que aceptar un burro viviendo en el trastero. Pero todo salió muy bien. El burro es un animal de compañía fenomenal, y en el carromato encontré cantidad de objetos maravillosos. Buscando bien, un día apareció la vieja muñeca sin pelo. Yo no me había quedado con la dirección del chamarilero, el contrato se había cerrado con un fuerte apretón de manos. Pero pensé que la posibilidad de encontrarle, preguntar por su nieta y devolverle la muñeca existía. Un buen día me puse en camino. Todos los nietos se ofrecieron a acompañarme, pero la verdad, no quise, era un viaje arriesgado. Atravesé Madrid con el burro y el carro, era maravilloso, todo el mundo corriendo hacia ninguna parte y yo sentado, contemplando tantas maravillas. La primera noticia que tuvieron en casa fue un telegrama desde Coria del Río.
            – Noticias del abuelo. Niña bien. Muñeca entregada. El chamarilero es un millonario que vive en un cortijo. Estáis todos invitados a pasar una semana. Vuelvo en Ave.
            Para que no digáis que es un cuento con final feliz, perdí el Ave y tuve que volver en autobús. Me tocó al lado una señora que llevaba unas gallinas, y que me contó algo muy extraño, pero eso es otra historia…
Por Laura Sáez-Díez Rebanal y Gerardo Rebanal Martínez
 
 
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