El Aguijón

Terminando mi Bachillerato en el Instituto de Logroño fui periodista aficionado pues el profesor de Lengua y Literatura nos mostraba complacido todo lo que podría ayudarnos en la vida la lectura y la afición a escribir nuestras vivencias; la alegría de manejar nuestro idioma con destreza, de expresarnos con soltura y de pulsar todos los registros de la lengua española.

Otros colegios religiosos editaban unos cuadernillos con referencias a viajes, visitas o consejos y oraciones. Pero nosotros crearíamos una revista escolar, que debería ser bimensual para poder recoger y organizar el material que aportarían profesores y discípulos. Y en la reunión informativa de Don José Simón se decidió que la participación se extendiera a todos los estudiantes y tan pronto como se colocaron las llamadas a participar en los tablones de anuncios hubo una general aceptación de los cursos más menudos.

Mi amigo Antonio Andrés, que ya tenía desarrollada la idea, fue proclamado Director y a mí me nombraron Redactor-Jefe y recibiría los originales que se leerían en días determinados por nuestro profesor y los siete alumnos del Séptimo Curso que formaríamos el Consejo Lector.

El primer mes se recibieron más de doscientos trabajos y algunos docentes enviaron notas de saludo y apoyo. Hubo de todo: relatos de viajes, poesías, interpretaciones históricas, cuentos cortos humorísticos y hasta algunas hojas impublicables que nos hicieron reír a carcajadas antes de destruirlas.

Rafael Andrés, enfermero del Hospital y hermano de nuestro director, que practicaba con acierto otras aficiones, ya nos había diseñado la cabecera de la revista que se editaría en ciclostil en el propio Instituto. Y así nació “El Aguijón”.

Las revistas se entregaban en la Administración previa presentación del carné escolar, comenzando por los cursos superiores. Y el primer número fue todo un éxito y llamó la atención el apartado dedicado a los maestros. Se centró en la profesora de Griego, una señora siempre maquillada, a quien se había visto paseando con el solitario profesor de Latín y que motivó esta sencilla estrofa:

Dicen que el amor es ciego;
lo será, mas ciego y todo
de llegar encontró modo
a la cátedra de Griego.

Más adelante el profesor Simón fue trasladado a Madrid y conforme se acercaba el final de curso y el final de nuestro Bachillerato fueron decayendo los originales hasta casi desaparecer y el director y yo hicimos todo lo posible por mantener la revista y hasta tuvimos que copiar textos de publicaciones lejanas, sin poder evitar que El Aguijón se fuera con nosotros.

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