Del aojamiento

En mi paroxismo, estaba convencido de que algún enanito cornudo me estaba haciendo la vida imposible. Un duendecillo maléfico y burlón se estaba ensañando, aprovechando mi pasividad y deterioro.

 

Empezó por los electrodomésticos que fueron estropearse uno tras otro, luego fue la cerradura de la puerta que por poco no nos deja una noche al sereno y cuando mi tableta no cargaba ya supe que estaba atrapado en un mal de ojo.

 

Me habían pasado cosas más graves que había afrontado con frialdad, pero estos pequeños males en cadena estaban acabando con mis reservas y sereno raciocinio.

 

Desde el atropello, un mes escayolado y otro más deambulando por el pasillo de mi casa, tratando de aprender a andar de nuevo, primero con andador y después con dos bastones y de otros dos meses y medio de rehabilitación intensa, cuando comienzo a sostenerme sin ayudas, sube el vecino de abajo y me dice que alguna avería inadvertida le está mojando el techo del pasillo, frente al baño chico.

 

 

Solo de pensar en una fuga similar, hace ya años, en la que me levantaron el suelo del pasillo y durante más de un mes hubimos de pasar sobre unas tablas haciendo equilibrios casi me desmaye. La llegada de un perito del seguro y la detención de la avería, ajena a mi vivienda, me devolvió  la calma y dejo en suspenso, temporalmente, los ataques de mis invisibles enemigos.

 

 

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