Hospital

        Mi hermano Carlos sufrió un ictus y gracias a sus reflejos para interpretar lo que le estaba pasando advirtió inmediatamente la conveniencia de acudir a las urgencias de un gran hospital.

         El caso es que uno de los síntomas aparecidos por la súbita enfermedad fue la dificultad de expresarse con palabras y para someterse a diversas exploraciones era conducido, encamado, por un celador hasta el lugar en el que lo dejó solo para hacer otras diligencias. Durante la larga espera le fueron entrando cada vez más ganas de orinar y por aquel sitio transitaba muy poca gente, a excepción de personal sanitario con sus batas y pijamas a los que mi hermano se dirigía lastimero con su jerga incomprensible y ellos lo miraban con ojos neutros y seguían su camino.
         Cada vez más desesperado intentaba captar la atención de los sorprendidos sanitarios que de tarde en tarde cruzaban por allí hasta que, por fin, pudo asir del pijama a una auxiliar que pasó muy cerca de su cama, no sé cómo se hizo entender y lo trasladó a un lugar próximo donde le facilitaron los medios para que su angustia se disipara y pudiera esperar pacientemente las pruebas pertinentes.
 
 
 
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