Soledades

Acababa de tomar en San Sebastián el expreso Irún-Madrid para casarme. En el compartimiento vacío nos acomodamos una monja y yo. La había ayudado a subir su maleta a la rejilla y me dio las gracias. Se presentaba una noche tranquila que me permitiría descansar para deambular por Madrid, asistir a la boda de un cuñado mío, hermano de mi novia, y seguir un nuevo viaje. Pero al detenerse el tren en la primera estación de su recorrido, antes de haber cogido postura para dormir, entraron dos parejas de recién casados, despedidos por familiares y amigos vocingleros, y sus efusiones posteriores hicieron que la monja y yo saliéramos al pasillo donde ya pasamos gran parte de la noche. Era de mediana edad, delgada y de hermoso semblante, con manos delicadas y una voz suave y cadenciosa. Hablamos de muchas cosas, de los motivos del viaje, de nuestras vidas y de nuestros trabajos y aficiones. Y de la soledad. Yo aún no comprendía esta palabra y he necesitado toda una vida para entenderla. De madrugada la despedí en la estación de Ávila y nos estrechamos la mano afectuosamente deseándome mucha felicidad.

Visitaba en París El jardín de las Tullerías cuando entre la gente que iba y venía reparé en una señora mayor muy bien vestida, sentada en un banco, ante un letrero a sus pies que me desconcertó: “Deseo conversación”. Sentí no hablar el idioma con fluidez para haber podido entrar en una charla cortés e inteligente y poder colmar el sencillo deseo de aquella dama.

Paseando en Walldorf por los alrededores de la Astorhaus solía ver a una señora alta que venía en bicicleta. Cuando llegaba a la amplia loma de césped se paraba junto a un banco y sacaba de la cestilla delantera una tortuga que depositaba sobre la hierba. Inmediatamente, todos los niños pequeños que estaban acompañados de sus mamás se acercaban a la tortuga, la tocaban, la observaban andar o cambiar de rumbo cuando otros niños interrumpían su marcha arrodillándose frente a ella, y todos preguntaban cosas a las que la dueña contestaba con paciencia infinita. Que qué comía, que si dormía, etc. Cuando comenzaba a refrescar al atardecer, despedía a los niños que iban siendo recuperados por sus mamás, recogía su tortuga, la metía en la cestilla y se alejaba pedaleando despacio con la cara resplandeciente.
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